Déjame contarte un poco mi historia.

Durante más de 15 años viví con ansiedad constante.
No era solo estrés: era esa sensación de que el pecho se encoge, de que el tiempo no alcanza, de que todo pesa más de lo que debería.

Probé terapia, libros, ejercicios… y aunque me ayudaban por momentos, la ansiedad siempre regresaba. Era como una sombra que me seguía a todas partes.

Hasta que un día, por casualidad, cogí un pincel.

Recuerdo perfectamente la primera vez que puse color en un lienzo. Fue torpe, manché la mesa, dudé de cada trazo. Pero algo dentro de mí se calmó.

Por primera vez en años, mi mente se quedó en silencio. Los colores, las texturas, los movimientos… me llevaron al presente.
Y en ese instante entendí algo: no tenía que hacerlo bien, solo tenía que dejarme llevar.

Pintar se convirtió en mi refugio. Con cada cuadro me sentía más tranquila, más libre, más yo.
Poco a poco, la ansiedad perdió fuerza y la calma empezó a quedarse.

Hoy, después de más de cinco años, tengo un proyecto artístico que llena mi vida de alegría.
Y lo mejor de todo: ya he acompañado a más de 500 alumnas, muchas de ellas principiantes absolutas, a descubrir que sí se puede. Que sí tienen talento. Que la pintura puede ser su lugar seguro.